El origen de este hecho histórico se sitúa hacia febrero de 1712, aunque se gestó tiempo atrás. El Instituto de los Hermanos las Escuelas Cristianas se encuentra sometido a una serie de fuertes tensiones: juicios con sentencias muy poco favorables, eclesiásticos que tienen una influencia notable sobre algunos Hermanos, división interna, críticas contra San Juan Bautista de La Salle, entre otras.
San Juan Bautista de La Salle, se considera culpable de todo ello, piensa que su influencia es muy negativa para el desarrollo de su obra, y llega a considerar que estaba equivocado y sería más provechoso dedicarse a otras actividades. El caso es que decide quitarse de en medio: deja París y se va hacia el sureste francés, concretamente hacia Parmenia, dejando en manos de los Hermanos sus responsabilidades de Superior, sobre todo en el norte del país, allí se situaba gran parte de las comunidades de Hermanos y todas las más antiguas.
Probablemente se ha exagerado un tanto esta huida de San Juan Bautista, Visitó ciertamente comunidades de Hermanos, vivió en ellas y superiores del Instituto siempre supieron dónde localizarle. Pero sí es cierto, que pretendió alejarse del núcleo del problema y entró en una crisis personal y espiritual impresionante.
En la Pascua de 1714, los principales Hermanos le escriben una carta con el siguiente texto: “Señor, nuestro querido padre: Nosotros, principales Hermanos de las Escuelas Cristianas, deseando la mayor gloria de Dios y el mayor bien de la Iglesia y de nuestra Sociedad, reconocemos que es de capital importancia que vuelva a encargarse de la dirección general de la obra santa de Dios, que es también la suya, ya que plugo al Señor servirse de usted para fundarla y guiarla desde hace tanto tiempo. Todos estamos convencidos de que Dios le ha dado y le da las gracias y los talentos necesarios para gobernar bien esta nueva compañía, que es tan útil a la Iglesia; y con justicia rendimos testimonio de que usted la ha guiado siempre con gran éxito y edificación. Por todo ello, señor, le rogamos muy humildemente y le ordenamos, en nombre y de parte del Cuerpo de la Sociedad, al que usted prometió obediencia, que vuelva a asumir de inmediato el gobierno general de nuestra Sociedad. En fe de lo cual lo hemos firmado. Hecho en París este primero de abril de 1714, y nos reiteramos, muy respetuosamente, señor nuestro muy querido, sus muy humildes y muy obedientes inferiores”.
Es un momento de profunda crisis. San Juan Bautista de la Salle no se lo pensó dos veces: hizo caso a lo que sus Hermanos le pedían. Se presentó de nuevo en París, para ponerse a disposición de éstos. Se superaba la que se considera como la crisis más grave que sufrió el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en vida del Fundador.
La carta es un auténtico reconocimiento por parte de los Hermanos de la importancia que la presencia de San Juan Bautista tuvo, tiene y tendrá al frente del Instituto.
Pero, sin duda, la carta indicaba otras cosas importantes no ya solo para la peripecia vital de San Juan Bautista de La Salle, sino para la de todos los Hermanos de las Escuelas Cristianas también. Para empezar, dejaba claro que el base fundamental del Instituto es el espíritu de Fe y de Celo, y que la Comunidad estaba calando profundamente entre los Hermanos. En concreto, los Hermanos mostraban que comprendían perfectamente el sentido profundo del Instituto; se sentían un cuerpo vivo, responsable, consciente de su origen carismático y de su historia pasada, presente y futura.
Hno.José Fco. Plazas Cuevas, F.S.C