Poco a poco llega la Navidad.
Efectivamente, llega la Navidad.
Pero… ¿de verdad llega? y ¿qué Navidad llega?.
«… y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.» Lc. 2, 7.
Los próximos días son muy importantes para todas las personas y, de manera especial, para los cristianos. Vamos a recordar que Dios se encarna en medio de nosotros y nos exige un acto profundo de fe. El misterio en el que Dios se hace como tú y como yo. No puede pasar desapercibido ni quedar adormecido por los reclamos comerciales, a veces exagerado, y que poco tiene que ver con el sentido profundo de este “grandioso recuerdo”. Tenemos que pasarlo por nuestro corazón o si no se quedará en simples sentimentalismos, añoranzas, conformismos que calman conciencias… pero carecerá del verdadero significado, por muchos “a Belén pastores…” que cantemos.
Ante la realidad del mundo y del hombre, ¿qué Navidad?. Eso, ¿qué Navidad vamos a celebrar?.
En un mundo, como el que tenemos, tiene más sentido que Dios llegue. Llega para recordarnos que la humanidad la formamos hermanos y hermanas. Él nos recuerda que estamos en este mundo para dar lo mejor que tenemos a los demás.
Recuerdo que nuestro santo y seña es: ¡VIVA JESÚS EN NUESTROS CORAZONES!”. ¡POR SIEMPRE!
Desear que Jesús viva en nuestros corazones sólo es posible si le amamos de verdad. Por tanto, siguiendo a nuestro Fundador, lo primero que nos hemos de pregunta si de verdad, “estamos en este mundo sino para amar a Dios y complacerle” (Med. 90, 1). Navidad es un buen momento para una seria reflexión sobre nuestra fe (a ejemplo de los pastores) y del lugar que ocupa Dios en nuestra vida (a ejemplo de los magos de Oriente). San Pablo nos lo manifiesta de la siguiente manera: “cuanto hagáis, sea de palabra o de obra, hacedlo en el nombre del Señor Jesucristo” (Col. 3, 17).
Desde el convencimiento de que Dios es fundamental para nosotros, me pregunto ¿a qué nos invita nuestra espiritualidad lasaliana en estos días?, y voy a San Juan Bautista de La Salle para encontrar líneas de acción para nuestras vidas. Ojalá que estos próximos días sean para:
La ACOGIDA. Acoger es el gesto más humano de la Navidad. Acoger a… (recordamos caras y nombres) porque acoger al amigo, al que me cae bien… no tiene nada de especial. ¿Son nuestras familias, nuestras comunidades… espacios de acogida especialmente del que más las necesitan? y ¿quién ocupará nuestras habitaciones durante estos días?. Me refiero a las que están cerradas, claro está. ¿Con quién compartiremos mesa y mantel?. Nuestro Fundador nos recuerda: “Si en Belén hubieran mirado a la Santísima Virgen como la madre del Mesías, y la que muy pronto daría a luz al Dios hecho hombre, ¿quién se hubiera atrevido a negarle alojamiento en su casa? ¿Y qué honores no le habrían tributado en toda la Judea? Pero como sólo la consideraban persona corriente y la esposa de un artesano, en ningún sitio había habitación para ella”. (Med. 85, 1). Pues por ahí va una primera actitud que nos debe hacer pensar y preguntarnos sobre nuestra acogida.
La ACEPTACIÓN a Dios en los DEMÁS. Los humildes pastores “reconocieron, por una luz interior con que Dios los había iluminado, que aquel niño era realmente su Salvador” (Med. 86, 3) necesitamos ser capaces de reconocer a Dios presente en el que tengo al lado y en las demás personas. Es difícil, lo sé. Ver en el pobre e incluso en nuestro alumnado al mismo Dios, exige una fe y un amor muy desarrollado. En la misma Comunidad educativa, religiosa o familiar nos cuesta mirar “con los ojos de la fe” y descubrir a Dios en los prójimos. San Juan Bautista de La Salle nos invita a ello en muchos de sus escritos. Desde el contexto navideño recuerdo el siguiente pensamiento de nuestro Santo Fundador: “Reconoced a Jesús debajo de los harapos de los niños a quienes tenéis que instruir, y adoradlo en ellos” (Med. 96, 3). Ahí tenemos otro reto para pensar en estos días. Presencia de Dios en el hermano o en la hermana.
NAVIDAD, siempre Navidad.
En cada inicio gritamos ¡Viva!.
Pronunciando su nombre ¡Jesús!.
Colocándolo en nuestro centro ¡En nuestros corazones!,
y, solemnemente, proclamando ¡Por siempre!
Hno. José Fco. Plazas Cuevas.