Llega el momento del descanso, del relax y del disfrute, aunque, por encima de todo, debe llegar el momento de celebrar la venida de Nuestro Señor Jesucristo.
Quizá, todavía apurados por la crisis económica generada por este dichoso COVID que vuelve una y otra vez, no podamos contemplar tantas luces en las calles y en los comercios. Sin embargo, esto puede ser una oportunidad para descubrir que la luz que más espera y anhela el Niño Jesús, es la de nuestra propia vida.
Puede que, poco a poco, también hayan disminuido los símbolos cristianos de ese gran acontecimiento, el nacimiento de Dios, que en estos días celebramos. Pero somos nosotros, como cristianos, los que tenemos el deber de ser, en nuestro propio ambiente, signos vivos de Cristo.
Tal vez los “Nacimientos” o los “Belenes” serán cada vez más discretos o menos vistosos; pero los que pongamos nosotros (con sus figuritas ingenuas, el musgo y las casas de corcho) seguirán representando el Amor, y la respuesta que Dios espera de cada uno.
Pero incluso si volviésemos a “tiempos mejores” en el espejismo de un engañoso espíritu navideño, nuestro vivir la Navidad no sería auténtico si no existiera una preocupación “real” por acercarnos de nuevo o más intensamente a Dios, a través de la oración y de las obras del amor. Es decir, con un desvelo “real” por los que están a nuestro lado en la familia, en el trabajo y en la calle; especialmente por los que no tienen hogar o compañía, o carecen de ropa o de comida, o por los que están
enfermos, en estos días.
Así, Dios ha de renacer primero en el corazón de cada uno de nosotros, como condición para que pueda nacer en otros corazones. Pero hay que dejarle nacer no solo en la mirada, sino también en los hechos. De esta forma, la Navidad permitirá que los sueños se hagan realidad.
La venida de Jesús y la Navidad nos afecta siempre de manera irrepetible, porque “cristiano” quiere decir continuador, como signo e instrumento, de la misión de Cristo. Y por eso, la Navidad es a la vez la fiesta de la fe que se comunica, también en y por las familias (nosotros, padres y madres, somos los primeros apóstoles de nuestros hijos); de ahí la importancia, en estos días, de cuidar las oraciones,
especialmente de los niños, bendecir la comida, participar en la Misa, como centro de la fiesta cristiana y, en especial, manifestar la vida cristiana en el amor al prójimo.
Vivamos y sintamos pues, el verdadero MILAGRO de la Navidad.
Queridas familias, la comunidad de hermanos y la comunidad educativa de La Salle Córdoba, os deseamos una Feliz Navidad.
Escuchad hermanos una gran noticia:
"hoy en Belén de Judá
os ha nacido un Salvador"
¡¡Aleluya, aleluya!!
¡¡Viva Jesús en nuestros corazones!!
Víctor Castro Valera
Director de La Salle Córdoba