Circular de Pascua del Hermano Esteban de Vega

Queridos Hermanos, lasalianos y lasalianas, FELIZ TIEMPO DE PASCUA.

 

Os envío esta breve circular, muy breve realmente, al inicio de este tiempo maravilloso que se abre ante nosotros. Será una circular breve, porque quiero que llegue pronto, casi con urgencia: la misma urgencia que contemplamos en las carreras de los textos evangélicos de estos días: la carrera de las mujeres para comunicar la gran noticia de la que han sido primeras testigos: ¡¡¡Como no correr para comunicar que Jesús vive!!! La carrera de Pedro y Juan por llegar al sepulcro para ver qué ha pasado. La carrera de los discípulos de Emaús por volver radiantes a Jerusalén, para comunicar lo que han vivido… Ojalá experimentemos en estos días la misma alegría que les invadió a ellos

y seamos incapaces de callar la gran noticia. Ojalá nuestro corazón arda de gozo, porque se nos ha comunicado la mejor de las noticias, y la comuniquemos con todo nuestro ser, no solo con palabras. Ojalá todos los que hemos tenido la suerte de participar en retiros, en pascuas juveniles, en pascuas de familia… nos encontremos con el resucitado y no lo acallemos.

 

Atrás quedó el tiempo de la Cuaresma, en el que se nos invitaba a vivir en una actitud de conversión. Hoy se nos da un motivo definitivo, radical, para hacer posible esta conversión que tanto se nos resiste, y que nos expresa el Papa Francisco en su Encíclica “Nos amó”: “La transformación personal comienza con la aceptación del amor incondicional”. No comienza con nuestros buenos propósitos, ni con nuestros deseos autorreferenciales de mejora… Comienza con el hecho de sabernos profundamente amados, aceptados, salvados, no por nuestra valía y nuestro saber, sino porque Dios es así, y, en Jesús, nos ha amado hasta el extremo y llena de alegría y de esperanza nuestro corazón.

 

El amor incondicional de Dios brilla como nunca en la resurrección de Jesús. Ya no importa tanto que caigamos una y mil veces, que se nos resistan tantas envidias y sigamos siendo incapaces de salir de la mediocridad, que nuestra fidelidad no sea como la que nos gustaría, que andemos envueltos en tibiezas, que sigamos conviviendo con nuestros miedos y temores, que no seamos capaces de aceptar a las

personas como son, que las bienaventuranzas nos sigan pareciendo un camino imposible, que no sepamos amar al enemigo y a veces ni siquiera al hermano, que el Reino nos siga pareciendo inalcanzable para nuestras limitadas fuerzas… Seguimos sin ser capaces de hacer crecer un palmo nuestra estatura espiritual. Pero Dios nos ha

mostrado su amor y nos ha abierto el camino en Jesús. Y, aunque parezca que no ha cambiado nada, todo ha cambiado, porque nuestro criterio para medir ya no lo ponemos nosotros, sino el amor de Dios, que en estos días ha estallado haciendo que brote la vida de la muerte.

 

Vivamos la fe, aunque nos parezca muy pequeña. Vivamos de la fe, aunque sintamos que no llega a ser ni como el grano de mostaza. Todo dará su fruto si dejamos que el amor de Dios haga germinar esa pequeña semilla. Y no lo hagamos pensando en nosotros. Tenemos la suerte, aun siendo tan poca cosa, de tener una misión. Jesús nos la confía y quiere contar con nosotros para que comuniquemos nuestra fe en que él vive. No son necesarios grandes discursos. De hecho, Jesús resucitado no tiene grandes discursos: sencillamente, nos comunica que vive, nos regala su paz, nos entrega el don del Espíritu y nos envía a comunicar la buena noticia, regalándonos la misión, haciendo de nuestra vida misión. Así, sin muchas palabras, como si también a él le urgiera que le demos a conocer. Sin grandes palabras, porque hablan más unas manos bien dispuestas, unos pies preparados para acompañar y una sonrisa capaz de acoger. Y tenemos en nuestro entorno muchas personas necesitadas del anuncio de esta buena

noticia: en nuestras obras, en nuestro barrio, en nuestra familia, entre nuestros alumnos y sus familias… Muchos no se han enterado de que Jesús vive, y no por culpa suya: nadie se lo ha dicho. O se lo han dicho con un lenguaje que no pueden percibir.

Me encanta este dibujo de José Luis Cortes. Te invito a que lo contemples y te dejes interpelar por él. Es una de mis imágenes pascuales favoritas. Ayudemos a las personas a descubrir que hay motivos para la esperanza, que Jesús ya está entre nosotros, que

su mensaje no es una teoría. ¿Qué tiene que ocurrir, qué hemos de hacer, cómo hemos de ser, para que ese “Resucita, por favor”, que tantas personas siguen anhelando, aunque no tengan conciencia de ello, se convierta en un “Cristo vive” gozoso? Sin duda nuestro ser y nuestro hacer tienen algo que ver en la respuesta a esta pregunta.

 

Me encanta una expresión muy citada, de Federico García Lorca: “Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol”. Todos tenemos la experiencia de conocer personas que son así, como esas ventanas abiertas que nos permiten el acceso a la luz, que nos comunican confianza, alegría, sosiego… Jesús no es solo esa ventana a la que uno tiene ganas de asomarse: es la misma luz que entra a raudales. Y ojalá cada uno de nosotros seamos esa ventana por la que entre el sol y ayudemos a que tantas personas necesitadas de luz, como las que aparecen en este dibujo, puedan ser iluminadas. Hagamos de este tiempo de pascua una ventana abierta a la esperanza, por la que tantas personas, peregrinas de la esperanza,

puedan entrar. Quizá exagero, pero sería precioso que cada una de nuestras comunidades, allí donde se encuentra, fuera como esta ventana a la que las personas se pudieran asomar, para descubrir entre nosotros el tesoro que nos habita y nos llena de sentido. Un tesoro que transforma nuestras vidas y nos desborda, de modo que lo

podemos compartir.

 

Lo dicho: feliz tiempo de pascua.

Esteban de Vega

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