Existe una oración familiar de los lasalianos de todas las partes (Hermanos, asociados, profesorado, alumnado y antiguos alumnos) es: “ACORDÉMONOS DE QUE ESTAMOS ANTE LA SANTA PRESENCIA DE DIOS”. Esta oración (más bien, esta invitación) viene del mismo San Juan Bautista de La Salle, quien prescribió que se dijera en ciertos momentos de la jornada escolar. Es significativo que, en tiempos del Fundador, se usara en el ambiente escolar como recordatorio, normalmente proclamada por un alumno, para que Hermanos, profesorado y alumnado se diesen cuenta de la importancia de lo que estaban realizando en el centro educativo.
La oración es auténticamente lasaliana porque refleja tan perfectamente la peculiar espiritualidad de San Juan Bautista de La Salle, que podría decirse que era continuamente consciente de la presencia de Dios en su vida y sus actividades.
Que se pida que recordemos la presencia de Dios es un reto real que no puede tomarse a la ligera o tratado como simple rutina. Pensar en ello, nos abre a las implicaciones de lo que una invitación, tan breve, nos está pidiendo.
Acordémonos. La palabra “acordémonos” supone que cada uno no está invocando la presencia de Dios por primera vez. Implica que hemos olvidado algo y que, por supuesto, nos ha ocurrido. Dios a duras penas puede estar en el centro de nuestras preocupaciones más inmediatas. Una pausa, pues, para recordar qué y Quién son centrales en nuestras vidas.
Estamos en la santa presencia. “Nosotros” significa cada uno de nosotros, individualmente, y en conjunto, como comunidad. “Nosotros” implica también que somos personas y, por tanto, la presencia es una presencia personal. La Presencia personal nos muestra el modo de cómo estamos ante las cosas (lo que nos rodea) o, incluso, ante otras personas con las que no existe una relación personal.
La santa presencia de Dios. A nosotros, limitados en el espacio y el tiempo, se nos pide que captemos la fe y experimentemos como real la presencia de Dios, que supera el espacio y el tiempo. El Dios se hace presente no sólo a nosotros, sino a la creación entera de Dios. Dios, que es un misterio absoluto y, al mismo tiempo, está en la base misma de nuestra existencia. Dios, cuyo mismo ser se nos comunica gratuitamente. Recordar la presencia de Dios en ese sentido nos pone en contacto con la fuente de nuestra identidad como personas, y con el objetivo último, que es nuestro destino eterno.
Esta invitación lasaliana tradicional ha de ser verdaderamente una experiencia de la presencia de Dios en nuestras vidas. No podemos confiarnos sólo en la ingenuidad y en el esfuerzo humano. A la larga, toda experiencia de oración depende de la iniciativa y de la acción del Espíritu de Dios dentro de nosotros. Una vez que el Espíritu nos ha dispuesto a rezar en la presencia de Dios, el mismo Espíritu dará eficacia a nuestro trabajo en la misión lasaliana. Como La Salle mismo nos recuerda en su meditación de Pentecostés, “Vosotros ejercéis un empleo que os pone en la obligación de mover los corazones; y no podréis conseguirlo sino por el Espíritu de Dios”. (Meditación 43, 3.2.).
Hno. José Fco. Plazas Cuevas, F.S.C.