La vida nos sorprende, en cada momento y en sí misma como don, y nos envuelve en el milagro de su creatividad, en su capacidad de soñar y de intuir un futuro que nos vendrá. La muerte también nos sorprende en este caminar, se hace la encontradiza, nos llama, nos espera, y forma parte de esta capacidad de recrear los sueños que da profundo sentido a la misma vida. La muerte es expresión máxima de nuestro vivir. Este es el misterio de toda vida. Y hoy, nos hemos sentido sorprendidos por la muerte de nuestro Hermano. Ha llegado esperándola y, en el susurro suave de su paso, en su presencia confiada, le ha llevado a la Vida.
En estos momentos, la tristeza y el dolor pueden estar presentes en nuestros sentimientos por la pérdida de nuestro Hermano, pero creo que la alegría en el Resucitado ha de contagiarnos para celebrar con gozo que su vida –toda su vida, una larga vida- ha sido un derroche de bondad y sencillez creativas de Dios, de su amor infinito de Padre.
Hablar del H. José Luis es hablar de su querida tierra de Córdoba y de su gente. Toda su vida, una extensa historia narrada al compás de la luz y la belleza de la ciudad. Nuestro Hermano, con sus luchas y sus fragilidades, sus gozos y sus reencuentros, ha sido un hombre inquieto, responsable, buscador, sembrador. No le ha dado la espalda a los retos, no ha esquivado las dificultades que encontraba en el camino. Siempre abierto a la novedad desafiante de Dios, en búsqueda del encanto de la vida. Sí. La fidelidad a su vocación –su amor por la vida religiosa y por la escuela- le ha llevado siempre a luchar contra todo envejecimiento caduco que resta pasión por la vida. Ha sido un “encantador” de la vida religiosa, promotor de una vida encarnada en las urgencias de cada momento, un fiel defensor del aula y apóstol de la escuela.
Quisiera resaltar su etapa de jubilación. Ha sido toda una bendición; un tiempo de profundidad y de recolección; un tiempo de honda sabiduría, de simplicidad humana a la luz del Evangelio; y un tiempo de sinceridad, expresada en una exquisita espiritualidad del humor… Ha contemplado el mundo desde un corazón colmado, querido, siempre en búsqueda de la fraternidad soñada.
Hermano José Luis: Has desembarcado en la ribera de la vida eterna, con las manos y el corazón llenos de los frutos de tu apostolado, sazonados de la pasión por Cristo y por la humanidad. Tu trabajo, tus intuiciones, tu caminar, tus desvelos misioneros, no se han perdido. Han florecido y han dado el fruto querido por el Señor de tu vida. Es el momento de la cosecha, de encontrarte cara a cara con el Resucitado.
Gracias por tu vida fraterna. Gracias por tus desvelos creativos y apostólicos, algunas veces no entendidos, otras queridos… pero con la sabiduría cierta que has cumplido lo que Dios te tenía reservado como regalo. Gracias por tu honda y apasionada espiritualidad de los sencillos. Gracias porque nos has dado a entender que la vida, toda vida, es un regalo. Éste ha sido el proyecto de Dios para contigo. Nos has dejado una fragancia de Evangelio que huele a Reino, que dibuja, en sus colores, la auténtica fraternidad.
Gracias, Hermano José Luis, por este camino compartido, y por ofrecernos una forma auténtica de ser hijo de Dios, creador de una historia de todos. Una historia convencida y convincente de seguimiento de Jesús, manifestada y defendida en tu pasión y tu amor irrenunciable por la Comunidad, por la escuela, por el Instituto… Una historia de prometida fraternidad. Y gracias por la confirmación permanente de tu sí al Señor en el carisma de san Juan Bautista de La Salle. En nombre de todos tus Hermanos, los que estamos y los que ya están contigo junto al Padre, de tus alumnos -antiguos alumnos- y compañeros de camino: GRACIAS.
Gracias a los Hermanos, amigos y profesionales que habéis vivido y atendido al Hermano en esta etapa final de su vida. Una etapa difícil, dolorosa, pero abundante en sus gestos de gratuidad y gratitud, con sabor a Evangelio y a fraternidad agradecida. No ha sido una carga. Todo lo contrario. Ha sido una gran bendición. Una vida sigilosa, de huella profunda y corazón firme. Nos ha enseñado la ganancia de ser hermano hoy: La sencillez, la discreción, la belleza de la ternura y los balbuceos de una humanidad frágil que ha derrochado misericordia. Sin palabras, con miradas, sonrisas y lágrimas, que nos han expresado la pedagogía del amor de Dios.
Ponemos en tu corazón, hermano José Luis, las palabras de san Juan Pablo II antes de morir: «Dejadme ir a la casa del Padre». Ha llegado la hora del encuentro esperado y definitivo para nuestro hermano. Un encuentro cálido y amoroso, cara a cara con el Dios de la Vida. Por eso, oramos para que le acoja en su entrañable misericordia y después de este largo camino en la tierra, ahora lo
llame a sí para compartir la tierra prometida y soñada de sus fieles y humildes servidores.
Que todo tu ser, tu persona, tu vida, tu trabajo pastoral y formativo, sean hoy una ofrenda fecunda al Padre Dios, semilla de nuevas llamadas y respuestas. Seguirás en nuestra memoria, en nuestras vidas y en nuestros corazones, acompañándonos y animándonos a seguir creando nuestra historia, tu historia, la única historia de Dios. Nos has indicado el sendero a seguir, simplemente con la profunda sabiduría de los benditos de Dios. Desde el cielo, junto al Padre, alúmbranos. ¡Acompáñanos!
(Monición del Hno. Juan González, Visitador Auxiliar del Distrito ARLEP, en el Funeral del Hno. José Luis Palmero)